viernes, 28 de octubre de 2011

Más rubia


Tirada en el sofá, echando de menos lo que era salir a tomar birras y no pensar en nada más. Sola en casa, tirada en el sofá, cuando de repente el perro decide hacerme compañía. Le veo subirse torpemente, haciéndose hueco con su cabeza entre mis brazos; hasta que encuentra su comodidad... encima de mí. 

Abro una lata de cerveza y pienso: ¡qué coño! ¡Te echo de menos!

La semana pasada me frustré y me puse a llorar. Hace tiempo que no me lo permito. Quería salir a tomar algo y no tenía con quién. No sé, puede ser que todo lo reduzca a él. 
Estoy más rallada que una zebra dentro de una cárcel, y tengo mil y una cosas en la cabeza, pero sin entender por qué, siempre encuentro un puto momento (o veinte) para pensar en quién no debo. Treinta segundos después, me obligo a olvidar momentáneamente. Quedo con mis amigas, a las que hace mil que no veo, y siempre sale su nombre.
Me fumo un cigarro que suelen ser tres, con mi gorda fuera del hotel; la recojo cuál cenicienta a las 12 de la noche, pero vestida de pingüina, y en lugar de calabaza, lleva un coche rojo. Hablamos y hablamos, ¿de quién y de qué? No importa. Sería extraño no mencionarle. Aunque sólo sea para decir que no sé nada de él. Nada salvo su voz.

Y me voy a un concierto con mi nena, que tenía unas ganas locas de estar con ella y verla bien. Como la ví el otro día, e incluso mejor. Y llega ese momento en que me dice: ¿Y qué tal con él? Pues sí, me cambia la cara. Me la han cambiado estos años. ¿Y qué le digo? La verdad no sé cuál es.
Sé que nada bien. Eso sí puedo decírselo. Sé que no entiendo nada, y que creo que ya no hay más que pueda hacer. Puedo decirle que no vino a mi cumpleaños y que al día siguiente le perdoné. Puedo decirle que espero cada puta noche, que una sola de ellas, aparezca en casa. ¿Y sabes qué más? Que intento pasar el máximo tiempo posible en el sofá, aprovechar esas dos horas que se deja caer por mi vida cada muchos días. Puedo contarle que a veces me enfado, y luego me siento idiota y se me pasa.
Pero no hace falta. ¿Por qué? Porque a la mañana siguiente del concierto, me despierto en su casa. Y tengo noticias suyas. Y se lo cuento. Y me brillan los ojos. Y me lo nota.

Sí, podría decir que le echo de menos. Mucho más. Es que no es exactamente eso.
Ya no sé qué puedo y no puedo decir. ¿Puedo decir que pasar dos semanas sin verle es una puta mierda? ¿Puedo decir que me duele pensar en él hace dos años, o hace tres? ¿Puedo decir que ya no le tengo cerca? ¿Y que creo que no he hecho nada para merecérmelo? ¿Puedo decir que ya no le cuento nada? ¿Y que cada día me siento más como una extraña que como una idiota cuando me veo marcando su número? ¿Puedo decir que cada vez que me coge el teléfono me siento como si tuviera doce años? ¿Y que cada día que pasa entiendo menos por qué? ¿Por qué coño no dejo de quererle ni un poquito? ¿Eso se puede decir? Que le quiero y que no quiero quererle, que no quiero tenerle. Que sólo quiero que me quiera como me quería antes... Y que se olvide de cómo y cuánto le quiero yo a él.

Porque yo me acuerdo. Me acuerdo de antes. Y de cómo empezó todo. Como si fuera ahora. Me acuerdo de la noche que llamé a mi nena, y se lo conté. Me acuerdo que tenía miedo. Y no, nena, no estaba segura. Y mira.
Y me acuerdo de todo, todo; de cada discusión, de cada borrachera, cada fiesta, cada beso, cada trivial, cada TODO. Sólo no me acuerdo qué ha pasado para llegar a este punto. ¿Memoria selectiva? Espero que no, porque entonces quizá tenga más lagunas que no sepa.
Y sí, han pasado casi dos años; he pasado de estar con ellos a quedarme solita... Y aunque no se de cuenta quién quizá debiera, estoy cambiando mucho; pero sí, sigo siendo la misma tía que va con vaqueros y deportivas a un concierto de Love of Lesbian, por muchas discotecas que haya en Valencia; y la misma idiota que va a ponerse a llorar sólo colgar el teléfono, cuando me acaban de llamar hipócrita; y la misma subnormal que, siendo del Barça, se ha pasado casi un mes comprando y pidiendo el AS para conseguir un reloj del Madrid, que al final, haciendo alarde de mi mala suerte habitual, no he conseguido; y también sigo siendo el mismo desastre. Total y absoluto desastre. Pero cada día más rubia.

*ángel caído*

No hay comentarios:

Publicar un comentario