domingo, 5 de agosto de 2012

"Tu coño es el cielo"

Dentro de un  mes cumplo veintitrés años. Voy a recibir un regalo antes de tiempo; voy a hacerle un regalo que ambos sabemos es mutuo.


Hace tan sólo tres semanas que follamos por primera vez. No veía el momento. Nos tuvimos un mes esperando; nunca le había pasado eso a esta pequeña golfa. Moría de ganas.


Tengo la maravillosa y perfecta manía de satisfacer a quién tengo entre mis piernas, de disfrutar esa increíble expresión de placer que soy capaz de hacer persistir en el rostro de quién quería jugar; de quién se ha convertido en mi juguete preferido, y ha conseguido que yo sea el suyo.





Sí, hará un mes que le regalé a Fifi; irónicamente es el nombre que le hemos puesto a mi coño, utilizo el sarcasmo porque soy de todo menos fina. Puestos a hacer regalos me apetecía derrochar, siempre lo hago, así que le regalé también mis tetas y mi boca, y mi lengua juguetona. Soy espléndida por naturaleza, y le di mi cuerpo, repitiéndole hasta la saciedad que podía hacer cualquier cosa que quisiera conmigo. Creo que ya le ha quedado claro que soy suya. Creo que él fue mio desde que le demostré que cuando presumo de lengua, es porque no carezco de arte con ella. Me encanta saber que esa polla perfecta, ese cuerpo y esa boca son míos... y de Fifi.

Tengo una filosofía difícil de cambiar ya a estas edades. Cuando nieva... ¿Para qué desperdiciar? ¡Me gusta ahorrar en papel higiénico! Me encanta envolverle con mis labios esos putos diez segundos, y que mirándome se vuelva loco del todo en el momento perfecto, exacto. 

Podría correrme mil veces con él, sobre todo mientras me folla. Siempre me ha encantado cabalgar hombres, que salga esa zorra en celo que tengo, no muy bien, escondida; y tenerles a mi merced, a mi ritmo, incapaces de domarme, viéndome desatar mi salvajismo sin poder controlarlo. Creo que le convencí a la primera, a juzgar por todas las demás. Pero como todo animal tengo mi puto lado sumiso, y a mi chico me gusta verle libre, y dejarle jugar conmigo. Sí, tenerle detrás de mí sabiendo que soy suya me pone perra en todos los sentidos de la palabra; y si hay un espejo bien situado...

La idea de regalárselo todo me está volviendo a mí tan loca como a él. Cuando me tocó el primer día aluciné, hoy Fifi parecía las cataratas del Niágara, y sé por qué... Por sólo acercar el dedito. 


*Ángel Caído*

sábado, 30 de junio de 2012

Las ganas que te tengo

Tengo ganas de verle, tengo ganas de tenerle, tengo ganas de él.

Hace días que he dejado de pensar que hace un mes que no tengo un orgasmo; el tiempo vuela de las ganas que le tengo. Sí, es extraño; como aquél que dice, le acabo de conocer y es como si lo hiciera de toda la vida. Soy rara, y no me nace ser "normal" estando en su compañía; no me sale ser una tía coqueta y remilgada para que vea mi lado bueno, muestro lo que soy.



No, no estoy todo el día pensando el tiempo que hace que no echo un polvo; sólo puedo pensar cómo será hacerlo con él. Hace días que no le veo, y no dejo de pensar lo cachonda que me pone. Estoy esperando la segunda parte del calentón que pillamos camino a casa la otra noche. Aún noto cómo sentía su polla en mi mano mientras se apoyaba en su pantalón. Ahí estaba bien, ¿verdad? La hubiera dejado "pa los restos", como digo yo. Pienso, también, los momentos que hace un  par de semanas estuvo dentro de mi coño; abierto, húmedo, esperando para él. Como cuando la otra noche llegué a casa. Cachonda perdida. Le tengo ganas a morir.

Desde hace cinco días espero con ansia que vuelva; besarle, tocarle, comerle entero... Esta vez hasta el final. No es que me apetezca, es más; necesito que me folle a la de "ya". Me gusta, me gusta mucho. Tiene ese punto de loco que me encanta, y la locura me pone; y ese algo que me incita a decirle que le voy a echar el polvo de su vida, que es la primera vez que me hacen esperar tanto, y que va a tener sus consecuencias (positivas). Me muero por saber qué noche va a quedarse por fin conmigo, y por aquí abajo se mueren también. 

Pensar en mi último orgasmo me ha llevado a sólo poder pensar en el próximo. No sé cuándo será; pero sí sé que va a ser la hostia. Cómo me pone, cómo se pone mi coño, cómo se pone su polla... La estoy esperando. Saber que puedo dejarme llevar. Cómo me encanta.

Las ganas que le tengo.

Quiero que me folles ¡YA!


*Ángel Caído*

jueves, 21 de junio de 2012

Arena

Ayer recordé algo. No sé cómo salió el tema, pero tampoco es muy complicado; aproximadamente el noventa por ciento de mis conversaciones giran en torno al sexo...Sí, hablábamos del morbo de follar en lugares públicos. Me encanta.


Fue hace dos Julios. Me moría por ver a Gorillaz y Lilly Allen, y por llevármelo conmigo al FIB. Quedaba sólo un día de festival; llevaba casi tres sin dormir, y la ingestión de alcohol había sido considerable. La noche empezaba con una resaca como un piano, un par de Ibuprofenos, muchos petas, y... él. 

Lilly Allen había decidido que prefería drogarse que actuar; teníamos una botella de ginebra del palo y cincuenta pavos, y el cubata estaba a siete y medio; mal pintaba. En cuestión de dos horas nuestro presupuesto pendía de un hilo; pero inexplicablemente, nosotros íbamos como cubas. Supongo que algo tendría que ver los tres días seguidos de borrachera; él decía que en su caso eran las bebidas blancas (y el whisky, y....). Quedamos con sus amigos. Gorillaz. Mucha gente, mucho calor; yo en bikini y él sin camiseta. Noté una cabeza entre mis piernas, cómo alguien me cogía de las manos, me levantaba en el aire, y la sensación de estar volando. Increíble. Sé que sonó "Clint Eastwood". Eso es lo último que recuerdo, después ya estábamos solos. 

Yo bailaba como una loca, él no me quería besar. Sólo me miraba y se reía; yo no le veía la gracia y seguía intentándolo. Le gustaba ponérmelo difícil; pero yo le conocía, si se reía le picaba. Esa noche iba a caer; lo sabíamos los dos, pero yo me desesperaba mientras él seguía en su línea. Empecé a seguirle el juego; en unos minutos tenía su lengua, y mi culo era propiedad de sus manos. Da morbo, mucho morbo, el estar metiéndonos mano descaradamente rodeados de miles de personas. Llega un momento que pierdes la noción del espacio; y ya no es que paséis desapercibidos, es que os están mirando. Su polla me quería, y mi cuerpo entero le quería a él. Ya. Había mucha gente y nos daba igual. Me senté encima de él y empecé a besarle, me apartó el bikini y empezó a chuparme los pezones; estaba muy húmeda. Le desabroché la cremallera del pantalón y me puse a jugar con su polla. No sé si fue porque teníamos al lado una pareja en la misma situación que nosotros, por el tío que había en el suelo a nuestros pies, o porque teníamos detrás un puto "Policlean" y unos cuantos borrachos meando; pero cachondos perdidos, nos levantamos y empezamos a caminar.

Llevábamos más de media hora andando, y yo seguía casi tan cachonda como al principio. No le dejaba andar; le paraba a cada veinte metros para jugar con él a ver si echábamos un polvo en cualquier rincón de la calle, donde fuese me daba igual, pero él seguía haciéndome esperar. Por fin llegamos a la playa; me llevó detrás de unas hamacas, se tumbó en la arena, y me tiró literalmente encima de él. Me quitó la camiseta y el bikini en menos de tres segundos, se quitó los pantalones y estiró de los míos, para tirarlo después todo al suelo. Se puso a comerme las tetas mientras yo le hacía una paja sentada encima suya; me besaba la boca y los pezones como loco, y yo ya no aguantaba más. Tumbé su espalda en la arena, y me metí su polla; empecé a bailar con ella dentro de mí como sabía que le gustaba, para volverle aún más loco, y yo con él. Me movía arriba y abajo, sintiendo cómo golpeaba dentro de mí, cómo chocábamos, la intensidad de cómo me lo estaba follando. Él empujó mi cuerpo contra el suyo y me besó con ansia, su lengua jugaba con la mía al ritmo que nuestros cuerpos se movían. Había amanecido; él tumbado en la arena comiéndome la boca y yo encima suya, con el culo en pompa, follándomelo con todas mis ganas. Notaba cómo se movía su cuerpo al tiempo que el mío, cómo me la clavaba cada vez que mi clítoris le rozaba, lo mojada que estaba después de casi una hora de sexo salvaje. En ningún momento dejó de metérmela; ni cuando se paró el camión que limpia la playa a tres metros de mi culo, ni cuando se incorporó, ni cuando le dijo al conductor qué miraba. Yo tampoco paré de follarle, ni cuando sabía que nos estaban mirando. Él quería que me corriera, me pedía que me metiera mano, que me tocara el clítoris; yo lo hacía en círculos mientras seguía penetrándome. Cada vez más rápido, más rápido, y cada follada más profunda; el me miraba mientras yo gemía, hasta que no pude más. "No la saques", le dije. Le di un minuto de tregua a mi cuerpo; él estaba muy cachondo y quería que se corriera. Volví a mover mi cuerpo; esta vez con fuerza, con ansia, como le gustaba. Cada vez él gemía más seguido; le pedí que me avisara para que se corriese en mi boca. 



Sacó su polla de mí, y me la metió en la boca; empecé a comérsela, succionándola, lamiéndola, disfrutándola; como había pasado conmigo, cada vez más rápido, cada vez más rápido... Me encanta.
Acabé de arena hasta el coño. Literalmente.


Nuestro último polvo fue hace tres semanas, y ésta vez es el último de verdad; han sido más de dos años de locura sexual de los que guardo experiencias increíblemente morbosas, de los que he aprendido mucho, de los que sé que escribiré, de los que me llevo intensos orgasmos, muchísimo placer, y el saber dejarme llevar.


Quería empezar la entrada diciendo que me muero por follarme a alguien que he conocido; que llevo una semana pensando lo muchísimo que me gustó su polla, y la reacción de mi cuerpo ante el suyo. Me hubiera gustado empezar diciendo que tengo ganas de demostrarle lo que ha leído, que nos merecemos echar un polvo de esos que hacen historia, y que sé que la espera va a merecer la pena. Iba a comenzar mi relato diciendo que he conocido a alguien con el que mi cuerpo sabe que puede sacar su lado salvaje; que me pone a mil con que sólo me toque, que me pongo a mil de sólo pensar en que me folle.



*Ángel Caído*

sábado, 16 de junio de 2012

Sexo al cuadrado

Tengo mono de locura. Tengo ansia de un acto morboso, aconvencional, incorrecto. Me muero por sentir plenamente vivo ese animal que habita en mí. Necesita libertad; necesita correr, follar.


Quizá sea por haber tenido noticias suyas, quizá porque hace semanas que no tengo un orgasmo; quizá todo en conjunto me ha llevado a tener ese mono de locura, tras recordar no tan viejas fantasías. 

Siempre he sido un poco golfa. Siempre me han atraído los momentos inapropiados, los lugares abarrotados, y el dejarme llevar por el morbo de un instante. Nunca he sabido esperar para echar un polvo, siempre me ha sobrado tiempo... Y ganas. Soy hiperactiva sexual.


No sé qué pasó aquella noche. Recuerdo que, como tantas otras, la música, sus besos cada vez que nos quedábamos solos, y las birras de un día entre semana me estaban volviendo loca. Una puta partida de dardos. ¿Cuántas veces puede ir a mear o fumar una persona en medio? Pues nuestro colega parecía que le estaba pillando el gusto. Cada vez que se iba, un impulso nos hacía arremeter el uno contra el otro. Pasamos un par de horas así. Me encanta poner cachondos a los tíos; además, no es por presumir, pero se me da de puta madre. Yo no sé qué tendré en la mirada, pero sí sé cuál es esa que les vuelve locos. Esa noche sólo me hacía falta eso, y sacar a la luz la idea que me rondaba la mente desde hacía bastante tiempo. 
Puedo ser muy mala cuando quiero. Y quería. Ya lo creo que quería. Sé que fue fumándonos un porro; me acerqué y le susurré al oído. El oído, su grandísimo punto débil; mi preferido. Mis labios a cero coma milímetros de su oído, mi cuerpo completamente pegado al suyo (que estaba contra un coche), diciéndole que me dejara volverme loca con él un ratito; que no quería edificios, casas, sofás ni camas. ¿He dicho que sé utilizar la boca? ¿Que me encanta cómo se ponen cuando se la sabes comer? He ahí mi proposición, escaparnos a cualquier rincón; mis labios, mi lengua, su polla, él y yo. 

Yo lo intenté. Será algo que me quedará por hacer. No sé qué pasó desde que nos quedamos solos; mucho alcohol, mucha marihuana, y demasiadas ganas de follar. Tantas, que llegamos a mi casa. Raras eran las veces que no nos comíamos en el ascensor, pero ese día subimos y bajamos veinte veces; salimos prácticamente en pelotas, y con mis compañeros de piso durmiendo en la habitación de al lado. El recorrido hasta mi cuarto fue largo, y estoy segura que fue esa noche cuando rompimos el colchón. Follamos como si no hubiese mañana; él me ponía encima con una facilidad asombrosa para que le follara con todas mis ganas, me cogía de las manos para mantenerme recta, y para que con los noventa grados que formaban nuestros cuerpos pudiera metérmela hasta el fondo. Yo estaba extasiada, lo recuerdo perfectamente; no hacía falta que me tocara para saber cómo estaba lubricando, las sábanas estaban mojadas y no era precisamente por él. Se movía dentro de mí como quería, durante horas y horas, fui suya.

Estoy segura que esa noche se escuchaban los gemidos a través de las paredes, los crujidos de los muelles, e incluso el choque de nuestros cuerpos. Él se puso detrás de mí, me encanta; adoro sentir una polla pegada a mi culo, me pone a mil. Me puse a cuatro patas, esperando a ser penetrada. Me la metió una, dos, tres... Dios!!! No me lo podía creer. CUATRO!!! Mi coño estaba esperándola, pero ella prefería otro sitio. Entró directa, sin dedos, ayuda, ni vaselina. Yo sólo le pedía que siguiera, que siguiera follándome el culo; mientras, con una mano me masajeaba el clítoris, y con la otra agarraba las sábanas. El dolor más orgásmico y placentero del mundo. Me corrí mientras me lo hacía; me corrí antes y después, cuando empezó a metérmela por delante; me corrí justo antes de que él lo hiciera en mi boca.

Me encanta follar, me encanta saberles vulnerables esos segundos previos a correrse; adoro mirarles mientras lo hacen. Me encanta jugar con la lengua mientras están dentro de mi boca; jugar, jugar hasta que no quede una gota de líquido en nuestros cuerpos.

Esa noche se lo dije, algún día cumpliré esa fantasía con alguien. 

"Quiero chuparte hasta que te corras en mi boca mil veces"




*ángel caído*

domingo, 10 de junio de 2012

La mujer de la orilla



A las afueras de esa ciudad sólo quedaba un edificio que el paso del tiempo no había conseguido derruir. Ya había caído la noche, y en un muro que se encontraba frente a éste, sólo por un par de segundos, me pareció apreciar una silueta... aparentemente de mujer.

Se escuchaba el viento aullar, y a lo lejos, el sonido de los arbustos abriéndole paso a quién pretendía huir sin ser vista. Un caminar acelerado, aunque de pasos cortos; una sombra encorvada, cubierta por una capa que no permitía más que entrever esas curvas entorno a las caderas. Sí, era una mujer.

Corría durante unos minutos y se detenía a respirar, a recobrar el aliento. Miraba tras su espalda constantemente, como si temiese ser descubierta. Todas las noches el mismo cantar; todas y cada una de las noches, esa oscura silueta abandonaba ese edificio que se erigía apartado de la ciudad, corría y caminaba durante horas. Y todas las noches, también, nadie parecía notar su ausencia. 

Era morboso. Yo le veía salir a diario, pero siempre regresaba.

* * *

Necesitaba salir. Nunca dije que quisiera éste como mi hogar, ni pude opinar acerca de lo que habían escogido para mí. Me encerraron allí hace cinco meses. No podía ver ni hablar a nadie. Escribía, llenaba libretas con mis pensamientos para que después nadie pudiera nunca saber de ellos. Lloraba, pataleaba, gritaba, gemía. Silencio, o en el peor de los casos, aquellos cantos que hacían que se me encogieran las entrañas. No podía más. Tenía 19 años.

Durante los paseos matinales, cada día buscaba un agujero en el cemento, un hueco entre las vallas que bordeaban los jardines. Nada. Tres meses me costó encontrar una huida.

La primera noche pasé horas ataviándome. No tenía apenas ropas, sólo aquella "túnica" espantosa, y el vestido con el que llegué. Hacía frio, y me decanté por la prenda más fea; me cubrí con una capa negra hasta los pies, y salí a hurtadillas. Corrí hasta la verja y doblé cuidadosamente la esquina inferior hasta que pude abrirme paso.
Me asustó que las luces de la carretera reflejasen mi silueta en el muro de enfrente, parecía un gigante a punto de abalanzarse sobre mí. No podía dejar de mirar tras de mí. Notaba una presencia.


La noche siguiente volví a salir. Tenía miedo de que alguien me hubiera podido ver, pero tampoco me lo hicieron saber. Repetí la operación de la noche anterior, y me alejé de mi prisión. No tenía rumbo; sólo quería disfrutar las únicas horas del día que no me robaban esas cuatro paredes. Volví a ver mi sombra, no me asusté. Noté de nuevo esa presencia, no me alarmó.


Fueron muchos los meses en los que me escapaba de mi gran cárcel. Y desde el tercer día tenía la certeza que había alguien observándome. Y me gustaba. ¿Los latidos eran sólo de mi corazón?


* * *


Esperaba verle salir noche tras noche agazapado tras un árbol. Esperaba que algun día ella se percatara de mi presencia y se acercase a mí. Yo intentaba que me advirtiera, pero no quería asustarle.


Una noche le seguí. Pasó horas caminando por la carretera, por el bosque, por la orilla del rio. Se sentó en una piedra, se tumbó sobre la hierba, y cinco minutos después emprendió el camino de vuelta. Desde esa noche hasta mucho tiempo después, la seguía hasta el árbol que se encontraba tres rocas más allá, permaneciendo oculto entre la maleza.




Recordaré siempre la noche más tórrida que viví cerca de ella. Cuando llegó a su roca, por primera vez, permaneció de pie; dio media vuelta, y cuando parecía que iba a mirarme, continuó andando hasta la misma orilla del rio. Se quitó la capa y me dejó que contemplara, ahora sí, su silueta de mujer.


No comprendía a qué se debían sus vestiduras. Una mujer tan hermosa, oculta en esa túnica, toda ella color carbón. El día que siguió al que casi fui descbierto, decidí correr el riesgo una vez más; y es que ella tenía algo que yo no sabía describir. Escondido tras mi árbol rodeado de arbustos, pude ver como, una vez más, se desvestía. El hecho de contemplar esa capa desubriendo su cara, deslizándose por sus hombros... hacía que sintiera envidia de la prenda. Pero esa noche hubo algo más. No iba cubierta de color carbón, sino de un amarillo que pretendía ser el sol enmedio de la noche. Fue en ese momento cuando creí saber que me había descubierto. Pero no se volvió hacia mí. 
                   
* * *


Encontré un lugar perfecto. Todas las noches me refugiaba allí, pero una de ellas me pareció no encontrarme tan sola. Y no, la verdad es que miedo no tenía. Era una sensación nueva.


La primera noche que le vi fue la más calurosa de aquel verano. Notaba como los arbustos que había a mi alrededor se movían a mi paso, pero no eran los únicos. Me sentía observada, pero no podía tratarse de nada malo, ya que no era la primera vez. Seguí andando hasta la orilla, me giré, y ahí estaba él. De pie, detrás de un árbol. Era un chico rubio, alto, de espalda ancha, mirándome. Sentí la necesidad de desprenderme de mi capa, y así lo hice.


La noche siguiente utilicé mi vestido favorito, el único que tenía en el caserón. Pasé todo el camino agudizando mis sentidos, advirtiendo cada paso que él daba tras de mí, escuchando su respiración entrecortada, el sonido de la maleza a su paso... Y por primera vez, los disfruté. Llegué a la orilla. En mi estómago un cúmulo de mariposas revoloteando; en mi cabeza, una orden: "siéntete deseada".


* * *




Una noche más, salí a caminar tras la pequeña escapista, y me escondí para poder admirar aquello que me mostrara. Desde el día que apareció sin su túnica negra, ya nunca había vuelto a ponérsela.


La vi llegar a la orilla del rio y descubrirse... Se olvidó de la tierra, y se deshizo de los zapatos, y se olvidó del aire desabrochándose la cremallera del vestido. Vi cómo iba cayendo lentamente, hasta llegar al suelo; vi como ella se giró hacia mí una milésima de segundo antes de apartar la mirada; y vi su cuerpo... Sus piernas largas y perfectas, sus curvas maravillosamente esculpidas, su pelo largo y moreno cayéndole sobre la espalda, sí... esa espalda... Con una sola mano, desabrochó el sujetador y lo echó de la función; y se ayudó de la otra para, después, deslizar la última prenda de ropa que quedaba en su cuerpo hasta donde descansaban las demás.


Estaba completamente desnuda, de espaldas a mí. Podía ver cómo se le marcaban esos perfectos cachetes que me moría por acariciar; ese hueco entre sus piernas me estaba llamando a gritos... Y entonces, se dio la vuelta. Y por fin pude verla al completo. En ese instante deseaba besarle, lamerle, abrazarle, tocarle, acariciarle, aprisionarle, penetrarle... Sólo quería que fuese mía.


 * * *


Cada amanecer volvía a mi reclusión con sensaciones nuevas, y cada vez más intensas. Tenía curiosidad, ya no sólo por mi espía, sino por el sexo. Necesitaba descubrir qué se sentía al dejarse llevar por el deseo.


Una noche me armé de valor y decidí dejar de esconder aquello que llevaba dentro. Sabía que no estaba bien visto, pero lejos de sentirme sucia, estaba más excitada a medida que se acercaba el momento. Llegué a la orilla y me desvestí para él. Sabía que estaba detrás de mí; oía los arbustos agitarse. Podía notar sus nervios. Y me gustaba.


Quería que fuera él quién viniese hacia mí. Me di la vuelta y me quedé ahí de pie, esperando. Desnuda.




Todo se detuvo, el sonido del agua, de los arbustos, del viento. Sólo podía oír mi corazón latiendo a un ritmo desenfrenado. Yo seguía en pie frente a su árbol, avancé y me detuve a escasos metros de él. Mi cuerpo necesitaba mostrarle qué deseaba. Mi mano derecha se separó de mi costado y se fue acercando a mi clítoris, me sentía húmeda, notaba cómo iban abriéndose los labios poco a poco...


Había otra mano allí, más ruda, más grande que la mía. Dibujaba círculos concéntricos en una parte de mi cuerpo, mientras otra mano descubría el resto de mí. Se lo quité todo vorazmente, utilizando incluso los dientes; salvaje como un animal en celo le besé, mordiéndole la boca, haciéndole mio. Él detrás de mi, todavía de pie.


Él se dejaba hacer. Le tumbé en el suelo frente a mí, y me monté en su cuerpo. Jugamos durante horas. Nos comimos enteros, nos chupamos, nos lamimos... Nos corríamos una y otra vez, y ninguno de los dos podíamos saciarnos. Le pedía más, gemía, gritaba... hasta quedarme temblando en silencio. Una y otra vez.


No sabía su nombre, aunque tampoco se lo pregunté.


* * *


Se acercó a mi árbol lentamente, sin cubrirse parte alguna del cuerpo. Al detenerse, sus dedos comenzaron a jugar con su cuerpo mientras yo miraba. Salí de mi escondite y me quedé de pie, sin poder apartar los ojos de ella.


Mi cuerpo necesitaba sentirla, deseaba descubrir lo que no podía ver... Y no podía esperar.


Sin previo aviso, mi mano se abalanzó sobre la suya, tenía que ayudarle, hacerle compañía. Mientras, la otra tenía que saciar su necesidad de tocar, sentir, acariciar todo lo que llevaba meses esperando. Pero ella era impulsiva como nadie; me arrancó la ropa del cuerpo, se apoderó de mi boca mordiéndola, besándola.




Éramos uno, allí de pie, enmedio de la nada. Ella me había hecho suyo, mis manos hacían lo propio con su cuerpo mientras le penetraba. En un arranque de pasión, me tumbó sobre la hierba y se sentó sobre mí, inmovilizándome. Le dejé que jugase conmigo.


Follamos durante horas; una, dos, y hasta diez veces. Jugamos y probamos mil posturas; lo que el cuerpo pedía. Cuando más vulnerable me veía, mejor me lo hacía, más disfrutaba conmigo. Al escucharla gemir, me ponía cada vez más cachondo; ella me lamía, me chupaba, me besaba, insaciable. Un círculo maravillosamente vicioso.


Cuando pudimos darnos cuenta, hacía horas que había amanecido.


* * *


Salimos de nuestro letargo bien entrada la mañana. Y yo sólo tenía cuatro cosas: mi vestido amarillo, mi capa, un chico del que no sabía ni su nombre, y un problema, había probado el sexo y me había enamorado de él.


No sé cómo ni por qué, sólo tengo claro que volvimos a besarnos y caímos otra vez... Y otra más... Y había vuelto a amanecer entre besos, lamidas, caricias, abrazos, risas y orgasmos.


Sí, sexo, sexo salvaje al cual no renunciaré; pasiones, que cuando se ven desatadas, te sumergen en una vorágine de morbo, deseo, frenesí. Me gusta. Me encanta.


Fueron dos días intensos. Dos días que nunca olvidaremos.


Y no, ya nunca regresé al convento.


*ángel caído*  14/12/11







viernes, 28 de octubre de 2011

Más rubia


Tirada en el sofá, echando de menos lo que era salir a tomar birras y no pensar en nada más. Sola en casa, tirada en el sofá, cuando de repente el perro decide hacerme compañía. Le veo subirse torpemente, haciéndose hueco con su cabeza entre mis brazos; hasta que encuentra su comodidad... encima de mí. 

Abro una lata de cerveza y pienso: ¡qué coño! ¡Te echo de menos!

La semana pasada me frustré y me puse a llorar. Hace tiempo que no me lo permito. Quería salir a tomar algo y no tenía con quién. No sé, puede ser que todo lo reduzca a él. 
Estoy más rallada que una zebra dentro de una cárcel, y tengo mil y una cosas en la cabeza, pero sin entender por qué, siempre encuentro un puto momento (o veinte) para pensar en quién no debo. Treinta segundos después, me obligo a olvidar momentáneamente. Quedo con mis amigas, a las que hace mil que no veo, y siempre sale su nombre.
Me fumo un cigarro que suelen ser tres, con mi gorda fuera del hotel; la recojo cuál cenicienta a las 12 de la noche, pero vestida de pingüina, y en lugar de calabaza, lleva un coche rojo. Hablamos y hablamos, ¿de quién y de qué? No importa. Sería extraño no mencionarle. Aunque sólo sea para decir que no sé nada de él. Nada salvo su voz.

Y me voy a un concierto con mi nena, que tenía unas ganas locas de estar con ella y verla bien. Como la ví el otro día, e incluso mejor. Y llega ese momento en que me dice: ¿Y qué tal con él? Pues sí, me cambia la cara. Me la han cambiado estos años. ¿Y qué le digo? La verdad no sé cuál es.
Sé que nada bien. Eso sí puedo decírselo. Sé que no entiendo nada, y que creo que ya no hay más que pueda hacer. Puedo decirle que no vino a mi cumpleaños y que al día siguiente le perdoné. Puedo decirle que espero cada puta noche, que una sola de ellas, aparezca en casa. ¿Y sabes qué más? Que intento pasar el máximo tiempo posible en el sofá, aprovechar esas dos horas que se deja caer por mi vida cada muchos días. Puedo contarle que a veces me enfado, y luego me siento idiota y se me pasa.
Pero no hace falta. ¿Por qué? Porque a la mañana siguiente del concierto, me despierto en su casa. Y tengo noticias suyas. Y se lo cuento. Y me brillan los ojos. Y me lo nota.

Sí, podría decir que le echo de menos. Mucho más. Es que no es exactamente eso.
Ya no sé qué puedo y no puedo decir. ¿Puedo decir que pasar dos semanas sin verle es una puta mierda? ¿Puedo decir que me duele pensar en él hace dos años, o hace tres? ¿Puedo decir que ya no le tengo cerca? ¿Y que creo que no he hecho nada para merecérmelo? ¿Puedo decir que ya no le cuento nada? ¿Y que cada día me siento más como una extraña que como una idiota cuando me veo marcando su número? ¿Puedo decir que cada vez que me coge el teléfono me siento como si tuviera doce años? ¿Y que cada día que pasa entiendo menos por qué? ¿Por qué coño no dejo de quererle ni un poquito? ¿Eso se puede decir? Que le quiero y que no quiero quererle, que no quiero tenerle. Que sólo quiero que me quiera como me quería antes... Y que se olvide de cómo y cuánto le quiero yo a él.

Porque yo me acuerdo. Me acuerdo de antes. Y de cómo empezó todo. Como si fuera ahora. Me acuerdo de la noche que llamé a mi nena, y se lo conté. Me acuerdo que tenía miedo. Y no, nena, no estaba segura. Y mira.
Y me acuerdo de todo, todo; de cada discusión, de cada borrachera, cada fiesta, cada beso, cada trivial, cada TODO. Sólo no me acuerdo qué ha pasado para llegar a este punto. ¿Memoria selectiva? Espero que no, porque entonces quizá tenga más lagunas que no sepa.
Y sí, han pasado casi dos años; he pasado de estar con ellos a quedarme solita... Y aunque no se de cuenta quién quizá debiera, estoy cambiando mucho; pero sí, sigo siendo la misma tía que va con vaqueros y deportivas a un concierto de Love of Lesbian, por muchas discotecas que haya en Valencia; y la misma idiota que va a ponerse a llorar sólo colgar el teléfono, cuando me acaban de llamar hipócrita; y la misma subnormal que, siendo del Barça, se ha pasado casi un mes comprando y pidiendo el AS para conseguir un reloj del Madrid, que al final, haciendo alarde de mi mala suerte habitual, no he conseguido; y también sigo siendo el mismo desastre. Total y absoluto desastre. Pero cada día más rubia.

*ángel caído*

lunes, 10 de octubre de 2011

Cuando no se cerró la puerta


Cerrar la puerta y que vuelva a ti, abriéndose de golpe y por sorpresa; mirarle una milésima de segundo, justo lo que te permiten sus labios; entender qué está pasando sin, por una sola vez, haberlo buscado. Ese milímetro, ese minúsculo pedacito de piel que bordea esa boca perfecta, y la separa de esa barba de tres días que tan loca te vuelve... Y sentir esas manos rodeando tu cuerpo, tocándote dónde no tenías previsto hoy; y besarle, una vez más como si fuera la primera, disfrutando de la pasión provocada por lo inesperado.

Bailar, bailar desnuda sin necesidad de ponerte en pie; bailar al tiempo que te fundes con su cuerpo, marcando un compás inexistente para el oído humano, siguiendo la música de tus entrañas y de las suyas. Moverte con una fuerza impropia de ti, no le permites al cansancio que asome la cabeza, se la cortas.

Formais juntos un ángulo perfecto de noventa grados, desde donde la vista es más que perfecta para ti; la disfrutas agarrando sus manos con fuerza, seguís siendo uno, un solo cuerpo. 

Él hace eco de su fuerza y se apiada de tu cansancio, de tu respiración entrecortada, pero no de ti. Ese pequeño fetiche de saberte atada de manos aumenta la tensión pasional, sube la temperatura, el alíbido... Estás presa y no te importa, al contrario, disfrutas sientiéndote inmovilizada con una sola de sus manos, mientras la otra goza de plena libertad sobre tu cuerpo. 

Miras su cara, su expresión; escuchas su voz, sus gemidos... No quieres que acabe, te quedarías eternamente ahí, así... Y vuelves a moverte, como si no hubiera noche ni mañana, como si fuera en ese instante cuando no se cerró la puerta, cuando se abrió por sorpresa y empezó todo. 

*ángel caído*