lunes, 10 de octubre de 2011

Cuando no se cerró la puerta


Cerrar la puerta y que vuelva a ti, abriéndose de golpe y por sorpresa; mirarle una milésima de segundo, justo lo que te permiten sus labios; entender qué está pasando sin, por una sola vez, haberlo buscado. Ese milímetro, ese minúsculo pedacito de piel que bordea esa boca perfecta, y la separa de esa barba de tres días que tan loca te vuelve... Y sentir esas manos rodeando tu cuerpo, tocándote dónde no tenías previsto hoy; y besarle, una vez más como si fuera la primera, disfrutando de la pasión provocada por lo inesperado.

Bailar, bailar desnuda sin necesidad de ponerte en pie; bailar al tiempo que te fundes con su cuerpo, marcando un compás inexistente para el oído humano, siguiendo la música de tus entrañas y de las suyas. Moverte con una fuerza impropia de ti, no le permites al cansancio que asome la cabeza, se la cortas.

Formais juntos un ángulo perfecto de noventa grados, desde donde la vista es más que perfecta para ti; la disfrutas agarrando sus manos con fuerza, seguís siendo uno, un solo cuerpo. 

Él hace eco de su fuerza y se apiada de tu cansancio, de tu respiración entrecortada, pero no de ti. Ese pequeño fetiche de saberte atada de manos aumenta la tensión pasional, sube la temperatura, el alíbido... Estás presa y no te importa, al contrario, disfrutas sientiéndote inmovilizada con una sola de sus manos, mientras la otra goza de plena libertad sobre tu cuerpo. 

Miras su cara, su expresión; escuchas su voz, sus gemidos... No quieres que acabe, te quedarías eternamente ahí, así... Y vuelves a moverte, como si no hubiera noche ni mañana, como si fuera en ese instante cuando no se cerró la puerta, cuando se abrió por sorpresa y empezó todo. 

*ángel caído*

No hay comentarios:

Publicar un comentario